La paz cotidiana de la naturaleza.
La banda sonora que abraza el origen de un paraje.
El plácido compás de la brisa.
La melodía sincopada de la lluvia.
Una historia que termina, para volver a empezar con el suave estallido, preludio de un gran placer.El azul del cielo.
El marrón intenso de la tierra o el blanco transparente de una lágrima.
Añoranza, incertidumbre pero también anhelo
Colores que se funden en la viña con la pasión de obtener el dorado fruto deseado.
Ojos que reflejan nuestra excelencia y sabiduría.
El suave tacto de la tierra húmeda deslizándose entre nuestros dedos.
La solera rugosa de nuestras vides.
La necesaria lentitud de la crianza.
Ofrecer el paraje en todo su esplendor sensorial.
Obtener el cava imaginado.
El perfume del paraje, cambiante como el mar, reducido a ínfimas partículas.
Los toques afrutados de la nostalgia.
La tradición del buen hacer.
La esencia de la evolución.
La fragancia del futuro.
La singularidad del paraje.
La satisfacción de entregar el relevo.
Trabajamos incansablemente
para encontrar el sentido de nuestra existencia
y cuando la memoria acaricie nuestras papilas,
lo que vieron nuestras retinas,
el entrañable susurro de la naturaleza,
lo que tocaron nuestras manos
y el magnífico aroma de nuestros frutos,
todo esto, y sólo esto, se adentrará en nuestro espíritu.
Y descubriremos que sólo con nuestros cincos sentidos,
logramos crear un recuerdo imborrable y singular.
Cava de paraje calificado. El gusto por la singularidad.

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